Extracto 2º Capítulo. Título: Comienza la odisea..
Postal de cumpleaños recibida desde Inglaterra de mi cuñada Shirley 9 mayo 2011
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-¡Quítate la parte de arriba y los pendientes y cadenas que lleves y lo dejas en ese cuartito!
La voz de Adela, que así se llamaba la enfermera que salió de detrás de la otra puerta de la sala me sobresaltó, y un sudor frío me recorrió las manos.
Sonreí ampliamente y después de preguntarle su nombre le pedí por favor que me dejase relajarme un momento, que estaba muy nerviosa.
-¡Anda! no te preocupes mujer, que terminamos enseguida y no es nada.
-¡Ya! Probablemente no lo sea, pero impresiona mucho la maquinaria, y seguro que algo tiene que molestar.
Le hablaba a la enfermera mientras me desvestía, y por primera vez también pensé en que mi miedo no era tanto a las máquinas como a lo que me iba a encontrar, porque yo sabía que me encontraban algo, era una especie de intuición, y allí mismo decidí que fuese lo que fuese tendría que enfrentarme a ello sin vacilar ni un momento.
-Primero la derecha – me dijo Adela, mientras que con sus dos pequeñas manos me agarró el pecho y lo puso sobre la fría plataforma del mamógrafo -¡No te muevas ahora! – mientras miraba hacia la pantalla que estaba al lado.
Mientras que la plancha apretaba fuertemente, casi cortándome la respiración, y a través de las lágrimas que se me saltaron, miré fijamente a la imagen que enseñaba los conductos más profundos dentro de mi mama, ahí no veía nada, era la derecha. Adela maniobró una vez más con la misma y acto seguido mientras me sujetaba por un hombro puso esta vez el pecho izquierdo debajo de la pesada plancha.
-¿De donde eres? – ante mi nerviosismo y mi cara de preocupación, Adela intentó relajarme – ¡no te preocupes, yo hago esto muchas veces y la mayoría de las veces no es nada mujer!!
-Es que es en este pecho donde me he notado el bultito. -fue mi aterrada respuesta.
-¿Ah sí? ¡Dime por dónde! – pero ya ella lo había colocado en la postura ideal para verlo y creo que nada más posarse la plancha sobre él ya yo lo había visto. Allí estaba, como una pequeña chincheta, uno solo, amenazante, en la parte baja, cerca de la axila.
-¿Eso que es? Un tumor ¿no? – recuerdo que fue lo primero que le dije.
Luego, ya casi no podía hablar más, en ese pecho me hizo cuatro placas, o sea que sentí el horrible apretón del metal cuatro veces más, y la imagen del punto en el mismo sitio que se repetía en todas me confirmó en ese mismo momento mis sospechas, no sé por qué, pero aquello era un cáncer.
De repente, todo el stress de los últimos años pareció evaporarse, ahora tenía que preocuparme de lo verdaderamente importante, fuese lo que fuese.
Lógicamente la enfermera no me podía decir nada, los radiólogos tendrían que ver las placas y si consideraban que algo era sospechoso me llamarían para ampliar las pruebas, normalmente en una semana, pero sino recibía ninguna llamada era que todo estaba bien y me citarían para consulta normal.
Cuando salí de la enorme mole del hospital, al que siempre había considerado como un enemigo le comenté mis sospechas a mi marido.
-¿Por qué tiene que ser algo malo? ¡Piensa que es algo bueno! ¡Venga ya! ¡que tú sabes concentrarte en lo bueno sólo! – esas fueron sus palabras de ánimo, y desde ese momento no volví a mencionar el tema.
Durante los días de vacaciones de semana santa estuve pintando un piso, lo que se tradujo en una entrada extra de dinero que nos venía muy bien, y justo en los últimos días me llamaron para trabajar de extra en un bar, en el cual me ofrecieron entrar a trabajar de cocinera.
Entré en el mes de mayo muy contenta, ¡por fin tenía un trabajo! En algo que nunca había hecho para el público, cocinar, si exceptuamos cuando trabajé de cocinera en un barco inglés allá por los años ochenta. Era un bar pequeño, de una asociación de vecinos, pero muy concurrido y con mucha comida a pesar de las limitaciones de la cocina, que consistía en un fogón casero con tres fuegos a gas y una plancha en la que se hacía el pescado y carne todo junto.
No era un trabajo para tirar cohetes, muy lejos de mis antiguas profesiones, pero la verdad es que me entretenía mucho, cocinaba las tapas, el menú del día, y fregaba todo el tiempo, y cuando tenía un momento salía a la terraza a fumarme un cigarrillo y tomarme una cervecita fresca. El jefe y la mujer, Juan e Isabel, me parecían de lo más agradables, gente sencilla y trabajadora, luchando por sacar adelante y darle lo mejor a sus hijos, con los cuales me distraía mucho también cuando terminábamos la jornada de trabajo.
No tenía tiempo de pensar en nada más, aparte de la caminata que tenía que darme desde o hasta la casa cuando entraba o salía y ellos no podían llevarme y no había nadie más que lo hiciera, que eran pocas veces. Durante esos paseos sí pensaba, pero en las cosas que podría pagar cuando cobrase mi primer sueldo a fin de mes, y en que quizás ese año podríamos llevar a nuestra hija a conocer a su abuela, en el Líbano, que llevaba trece años esperando la pobre mujer.
Tan entretenida y contenta andaba esos días, que se me olvidó completamente que me había hecho una mamografía, y que estaba esperando un resultado, ya hacía más que tiempo suficiente de que me hubiesen avisado si había algo raro, y así llegó el día de mi cumpleaños, el nueve de mayo.
No me desperté demasiado contenta ese día, el trabajo era muy duro, lo de cocinar no me importaba mucho, pues me gustaba, pero llevaba muy mal lo de fregar tanto, y eso que Isabel ayudaba bastante, pero realmente no era lo mío, al menos no para estar trabajando un día de cumpleaños, los cuales siempre consideré como días muy especiales para cualquier persona. Aún así, encaré el día con optimismo, después de todo por fin tenía un trabajo, y ese trabajo, aunque poco a poco, nos daría de nuevo la libertad de poder empezar de nuevo en otro lugar si nos marchábamos.
Me puse como meta el final de año, antes de las navidades, podríamos irnos a Inglaterra, a ver a nuestra querida Shirley y buscar trabajo allí, y ese pensamiento me reconfortó y no me importó tanto que mis jefes no fuesen mucho de celebrar los cumpleaños, al menos no de una cincuentona como yo, que al fin y al cabo es lo que era. Mi marido no me había dicho nada en toda la tarde, así que a las ocho volví a mi cocina y a mi fregado, ignorante aún de lo que se me venía encima.
Pasadas las doce de la noche llegó a buscarme al trabajo con mi hija, y me dieron una preciosa sorpresa, pues en el coche me esperaba una tarta casera de fruta con helado, y con una vela dorada en el centro.
Me sentí muy emocionada, tanto que decidí ir a tomarme una copa de vino a la pizzería de mi amiga Inés, que estaba en la esquina, y justo cuando aparcábamos enfrente me lo dijo, como una cosa de lo más natural.
-¡Ah! Han llamado esta tarde del hospital que mañana a las seis tenemos que ir para ampliarte las pruebas de la mamografía -recuerdo que estaba sonriendo.
Apenas reaccioné, llegué hasta la barra del bar, saludé a mi amiga y me pedí una copa, pero no fue de vino, sino un largo cubata de ron.
– ¿Qué te han dicho exactamente? – no podía creerme que sólo le hubiesen dicho eso, seguro que había algo más, esa creo que fue mi primera y no la última conjetura, después de todo habían tenido tiempo más que suficiente de haberme llamado antes si pasaba algo malo.
-¡No han dicho nada más que eso! ¡No pienses nada ahora, mañana a las seis dirán algo más y sabremos más! Siempre dices que no hay que preocuparse por lo que no ha pasado, así que aplícate el cuento y predica con el ejemplo.
Mi marido tiene ese poder sobre mí, quizás no tiene buena memoria para sus cosas, pero cada consejo que yo le haya dado a lo largo de nuestra convivencia en común, me lo arroja de vuelta cuando se me va la pinza. Esto me calmó de repente y no quise comentarle nada a mi amiga, conociendo lo asustona que era y lo mucho que se preocupaba de la salud, la propia y la de los demás, decidí que ya habría tiempo de comentárselo, ella era una de las que más veces me había insistido con el tema de las mamografías, lo que se dice una veterana en el tema, y no quise que me transmitiera su preocupación por algo que todavía no era tangible, así que disfruté del que pensé sería mi último cubata como una persona sana para una larga temporada, quizás para siempre.
Esa noche dormí de manera muy inquieta, asaltado mi sueño con pesadillas de enormes máquinas que me perseguían para aplastarme contra el suelo, la idea de otra mamografía me aterraba, pero no podía pensar que la ampliación de las pruebas sería aún más dolorosa.
Trabajé por la mañana hasta las cuatro de la tarde, le dije al jefe que iba a hacerme unas pruebas y que regresaría a las ocho, pero a las seis de la tarde, cuando me dijeron que me iban a realizar una biopsia, en el mostrador de recepción de la planta de rayos, supe que no volvería jamás a ese trabajo.
Extracto 2º Capítulo. Comienza la Odisea.
@Copyright Lola Orcha Soler
Uiiiiich, me pongo en tu piel y me cago viva!(perdón por la expresión)